sábado, 2 de marzo de 2013

ÍNDICE DE "EL BAUTISMO DE JUAN A JESÚS".

Como sembrador del Evangelio, Juan Mateos ha ido dejando caer su semilla a lo largo de los últimos cuatro años en diversos foros de reflexión teológica del territorio español.

La utopía de Jesús reúne el texto de seis conferencias pronunciadas por el autor que, por haberse editado en publicaciones muy diversas, resultan de difícil acceso. Se trata de seis temas de evangelio de candente actualidad: Dejamos aquí la segunda: El bautismo de Juan a Jesús.



I. Juan,  2-5).

 





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III. JESÚS, EL QUE LLEGA (Mc 1,9-13). ESTANCIA DE JESÚS EN EL DESIERTO (v.13).


La estancia de Jesús «en el desierto» se prolonga cuarenta días (13) cifra frecuente en el AT para designar un período en que persiste una situación homogénea (paz, reinado, etc) (24) y se calcula (en años) como la duración de una generación. Sin embargo, el simbolismo principal del número cuarenta es el de los años del éxodo de Egipto (25). En el contexto de éxodo que crea la mención del desierto, los cuarenta días se convierten  en figura de la duración de la vida y actividad de Jesús hasta su muerte.

Expresa Marcos a continuación las condiciones en que va a desarrollarse esa actividad. En primer lugar, a lo largo de toda su vida pública, Jesús va a ser tentado, es decir, va a ser incitado a desviarse de su línea mesiánica, del compromiso expresado en su bautismo.

«Satanás» es término hebreo que significa originalmente el adversario que acusa en un juicio (26). De ahí pasa a significar un miembro de la corte celeste que acusa al hombre ante Dios (27). Más tarde, separado ya de la corte celeste, se llama «Satanás» a un espíritu enemigo del hombre, que procura su ruina y quiere destruir la obra de Dios.

Dentro de la sociedad judía figurada por «el desierto» «Satanás» representa un agente que va a inducir continuamente a Jesús a traicionar su compromiso. Sin embargo, en todo el relato evangélico la figura de Satanás no vuelve a aparecer en contacto con Jesús. Esto indica que, como “el desierto”, «Satanás» es un término figurado, en este caso una personificación. Marcos ha utilizado la figura tradicional del Enemigo del hombre, dándole un nuevo contenido.

En Marcos Satanás representa la ideología del poder, que hace de éste un valor positivo e incita a la ambición de dominio. En la sociedad, esta ideología podrá estar encarnada en hombres o instituciones. La tentación pretende disuadir a Jesús de llevar a cabo el compromiso expresado en el bautismo, que excluye el triunfo terreno y pone en peligro su vida, e inducirlo a adoptar un mesianismo de violencia, cuyo objetivo sea la conquista del poder político (28). Es la tentación típica del desierto, la del cabecilla que alista secuaces con la intención de conquistar el poder, derrotando a los que lo detentan (29). De hecho, el desierto era tradicionalmente el lugar de los agitadores. La inactividad de Jesús en esta escena se opone precisamente a la actividad sediciosa y guerrera asociada a los cabecillas, que se retiraban al desierto para empezar desde allí la rebelión.

La estabilidad de Jesús en el desierto es figura de la inalterabilidad de su ruptura con los valores de la sociedad; su inmunidad a la tentación muestra que en su vida pública no va a secundar la ideología nacionalista violenta ni va a hacerse líder de masas para comenzar un alzamiento con la fuerza.

Otros habitantes del «desierto» son las fieras. La determinación indica que no se trata de fieras cualesquiera, sino de fieras conocidas por el lector. Se descubre una alusión a Dn 7 donde las fieras son figura de imperios, es decir de poderes pólíticos dominadores y crueles. Marcos, cambiando el sentido de Daniel, como lo hará en otros textos (cf. 2,10), instala los poderes destructores dentro de la sociedad judía. «Las fieras» representan, por tanto, la amenaza que son para Jesús ciertos círculos de poder existentes a su alrededor. Serán ellos los que le causen la muerte.

Aparecen así «las fieras» como un complemento de «Satanás»: éste es figura del poder como ideología, por eso su actividad, «tentar», se dirige al interior del hombre y se ejerce en la línea de la persuasión; estará representado por los partidarios del poder, que tratan de atraer a Jesús a esa ideología. «Las fieras», en cambio, son figura de los poderes opresores, religiosos y políticos; éstos actúan sobre el exterior del hombre, ejercen la violencia física y darán muerte a Jesús (30).

Finalmente, en «el desierto» hay también «ángeles». El término «ángel/mensajero» ha aparecido en 1,2 como figura que se verificaba históricamente en Juan Bautista (1,4). Este dato muestra que «ángel» no designa necesariamente en Mc seres espirituales, sino que puede designar a hombres. Estando estos «ángeles» en la sociedad donde se encuentra Jesús, representan un grupo humano determinado (los ángeles). Por lo demás, igual que sucede con Satanás, nunca los ángeles aparecen en contacto con Jesús durante su actividad.
La función de estos individuos/ángeles es la de colaborar con Jesús (31). De hecho, el verbo «servir/prestar servicio» admite una variada gama de matices, desde «servir a la mesa», aquí excluido porque Jesús no ayuna ni hay alusión alguna al alimento, hasta «colaborar/ayudar». «Los ángeles» representan, pues, a los que, por adhesión a Jesús, le ayudan en su tarea, colaboran con su misión. Su actividad, como la del tentador, es continua.

El episodio del desierto propone, pues, el escenario donde Jesús va a ejercer su actividad. Va a encontrarse en una sociedad que lo incitará incesantemente a abandonar su compromiso y a convertirse en un líder político que se proponga conquistar el poder; la tentación será ineficaz. Por otra parte, existe a su alrededor una actitud peligrosamente hostil, la de los poderes, enemigos acérrimos de su programa, que acabarán dándole muerte (“las fieras”); pero, al mismo tiempo, encontrará un grupo de hombres que colaboren con su actividad ("los ángeles").

En síntesis: Jesús, en ruptura inamovible con la institución y sociedad judías (desierto), representa una alternativa a ambas. Sin embargo, va a ejercer su actividad (1,2: «recorrer su camino») dentro de esa sociedad, con el objetivo de crear  la sociedad justa que Dios quiere para el hombre (cuarenta días, éxodo). Estará sometido incesantemente a la tentación de abandonar su misión y adoptar un programa de dominio y gloria (tentado) por parte de los adictos a la ideología del judaísmo y a otras ideologías de poder (Satanás); éstos lo invitarán sin éxito a integrarse en la sociedad, aceptando sus valores. En esta sociedad, los enemigos de su obra están al acecho y amenazarán con destruir su persona (las fieras). Otros, en cambio, colaborarán con él (los ángeles).

El cristiano no sigue los pasos de Juan Bautista, separándose de la sociedad. El impulso del Espíritu lo lleva, como Jesús, a estar presente en ella, porque es dentro de ella donde ha de crearse la alternativa. También él se verá tentado por el poder, presentado como medio para ayudar a los hombres, y tendrá fuerzas hostiles a su alrededor; no estará solo, sin embargo: encontrará quienes colaboren en su misma tarea liberadora.

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25 Nm 14,33.34; 33,38; Dt 1,3; 2,7; 29,5;Jos 14,17; Sal 95,10; Am 2,10; 5,25.
26 Sal 108,6 LXX; 1 Mac 1,36.
27 Job 1,6-12; 2,1-7.
28  Cf. 8,33, donde Jesús identifica a Pedro con Satanás, precisamente por oponerse a su muerte.
29 El contenido de la tentación se especifica en el evangelio en 1,24.37; 3,11s; 8,11; 10,3; 15,29-32.
30 Cf. 3,6.19.22; 8,31; 9,31; 10,34; 11,18; 12,12; 14,ls.1Os.43.53.64;15,11. En 8,31-33 se mencionan sucesivamente las autoridades que rechazarán y darán muerte a Jesús (“las fieras”, 8,31), y a Pedro, que lo tienta (“Satanás”, 8,32s).
31 La actividad atribuida aquí a «los ángeles» respecto a Jesús será atribuida en 15,41 a ciertas mujeres, en los mismos términos. 

III. JESÚS, EL QUE LLEGA. (Mc 1,9-13). LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU (v.12).


El Espíritu, que es fuerza, entra inmediatamente en acción: empuja a Jesús al desierto. La acción física (“empujar”) es una metáfora para indicar el impulso irresistible que experimenta Jesús. El Espíritu, vida y fuerza, es un constituyente de su ser.

Se encuentra aquí un caso paralelo al de 1,10: al adverbio inmediatamente se une un verbo con sema de violencia (1,10: «rasgarse»; 1,13: «empujar»). En el primer caso, indicaba la irreprimible urgencia del amor del Padre por Jesús; en el segundo, la irreprimible urgencia del amor de Jesús por los hombres.

El Espíritu efectúa un desplazamiento, hasta colocar a Jesús en una situación estable y duradera. Este desplazamiento e instalación corresponden al plan de Dios sobre Jesús, que consistía figuradamente en recorrer el camino de un éxodo (1,2). «El desierto» representa, pues, el escenario donde Jesús ha de recorrer su camino hacia la tierra prometida.

Pero «desierto» aparece en este pasaje con un nuevo sentido. Propiamente, como se ha visto en el caso de Juan, significa extensión estéril y, en consecuencia, deshabitada. El desierto donde se presentó Juan tenía una localización geográfica lindante con el río; estaba despoblado y separado de la sociedad. Por el contrario, «el desierto» donde entra Jesús no tiene localización determinada (21), no está deshabitado (22) y ningún dato indica separación física de la sociedad (23). Sus características son:

a) Jesús es introducido allí por la fuerza del Espíritu (lo empujó).

b) Permanece allí un tiempo largo y homogéneo (cuarenta días).

c) Es tentado, se encuentra rodeado de fieras y se le presta servicio.

d) No ejerce actividad alguna (ni ora ni ayuna) ni recibe comunicación divina (ya recibida en el Jordán).

Estos datos llevan a las conclusiones siguientes: En primer lugar, un desierto «poblado» deja de ser desierto en el sentido ordinario. Pero además, la calidad de los seres que lo pueblan y su presencia simultánea alrededor de la persona de Jesús saca a este desierto del plano histórico-geográfico para darle valor figurado-teológico. Se explicará su sentido al comentar el versículo siguiente. Por lo pronto, la separación de la sociedad supuesta por el desierto, se verifica en el caso de Jesús en sentido moral: Jesús no comparte en absoluto los falsos valores de la sociedad en que vive y no se integra en ella. La figura del «desierto» continúa así el tema de la ruptura con la sociedad injusta.

Como se ha dicho antes, el desierto es el lugar del éxodo, y un éxodo va a ser la obra del Mesías (1,2). Dado que la culminación del éxodo de Jesús va a ser su muerte-resurrección, el desierto representa la sociedad en que Jesús vive y actúa hasta que llegue ese momento. El significado de los cuarenta días confirmará esta interpretación.

La acción del Espíritu en Jesús lo empuja, pues, a entrar en su sociedad, pero manteniendo una plena ruptura con sus valores. El adverbio «inmediatamente» muestra la urgencia del impulso. Jesús está deseoso de comenzar su labor.

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21 Marcos indica solamente el alejamiento del Jordán.
22 Aparecen en él tres clases de seres: Satanás, las fieras y los ángeles.
23 No hay actividad de Jesús hacia ella ni nadie acude de la sociedad al desierto.
24 Cf. Jue 3,11; 5,31; 8,28; 13,1; 2/4 Re 8,17; 12,2. 

III. JESÚS, EL QUE LLEGA. (Mc 1,9-13). LA LOCUCIÓN DIVINA (v.11).

Tras la experiencia visual se describe otra auditiva. El lugar de procedencia de la voz es el mismo que el del Espíritu «El cielo» es la morada simbólica de Dios; sus características espaciales (altura y separación) sirven para significar excelencia e invisibilidad. «El cielo» se usa así, por metonimia, en lugar del nombre divino.
Se habría esperado la frase oyó una voz del cielo, en paralelo con vio del versículo anterior. Sin embargo, el verbo griego tiene significado neutro, de mero suceso: hubo/existió. Jesús simplemente percibe esta comunicación.

El momento en que se percibe la voz coincide con el final de la trayectoria del Espíritu (hasta él). Es este contacto el que hace presente la comunicación, y ambos hechos describen la misma experiencia íntima de Jesús.

En resumen: Marcos señala, por una parte, que la voz procede del cielo/Dios; por otra, que se produce en el momento en que el Espíritu «entra» en Jesús. Usa además un verbo que no denota sonido, indicando que la percepción no es realmente auditiva, sino que es la experiencia consciente de lo expresado por la voz. El contenido de la locución va a explicar el sentido de esta experiencia.

La frase Tú eres mi Hijo es una cita libre de Sal 2,7 (“Hijo mío eres tú”), donde Dios se dirige al rey que él mismo ha establecido. El salmo interpreta teológicamente la entronización del rey, que es el ungido de Dios (2,2: «Mesías»). La bajada del Espíritu significa, pues, que Jesús ha sido consagrado y establecido por Dios como Rey-Mesías y que Dios mismo lo apoya contra sus enemigos.

El apelativo «Hijo mío», más o menos indeterminado, del texto sálmico, se cambia en «mi Hijo»; esta expresión tiene carácter exclusivo, en correspondencia con la entrega total y única que ha hecho Jesús en su bautismo. El «Tú» enfático inicial centra la declaración divina en la persona de Jesús, no en el título de «Hijo»; se subraya la singularidad de Jesús, que en su persona realiza de manera plena el concepto de «Hijo de Dios».

Al sujeto Tú (eres) se atribuyen no uno, sino prácticamente tres predicados. El Padre declara su amor sin límites por Jesús, acumulando los tres términos. Esta explosión de amor divino es la respuesta al compromiso de Jesús y la aprobación plena de la línea que ha propuesto seguir.

«Hijo» no significa solamente el que recibe vida de otro, sino, en primer término, el que actúa y se comporta como su padre. La entrega de Jesús en favor de los hombres es, por tanto, la revelación del amor de Dios por la humanidad. El Padre afirma que su actitud para con los hombres es la misma que ha manifestado Jesús. En éste puede verse lo que Dios es.

El segundo predicado, el amado, traduce a veces en los LXX el hebreo «(hijo) único» (Gn 22,1.12.16; Am 8,10; Zac 12,10). La declaración divina recuerda sobre todo Gn 22,2: «Toma a tu hijo, a tu único (LXX: a tu amado), al que quieres, a Isaac» (cf. Gn 22,12.16). El texto subraya la relación particularísima de Jesús con Dios en cuanto Hijo único, lo que da al primer título ("mi Hijo") una profundidad nueva. Jesús no es un rey o un profeta más.

Por otra parte, el símbolo de muerte voluntariamente aceptada que ha sido el bautismo de Jesús ilumina el sentido de la expresión el amado (= el único). Aludiendo a Abrahán, Dios, que se revela como Padre de Jesús, acepta su ofrecimiento. Se declara dispuesto a entregar a su Hijo, pero invirtiendo los términos en que lo hizo Abrahán: no por el honor de Dios, sino por la salvación de la humanidad. El amor de Dios por los hombres es de la misma calidad que el manifestado por Jesús; existe entre ellos una perfecta sintonía. Se ilumina el significado del término mi Hijo: Jesús es aquel que se comporta como Dios, no en un aspecto de poder, sino en el de la entrega de sí mismo.

La frase final, en ti he puesto mi favor, corresponde a Is 42,1 (cf. Mt 12,18), donde se habla del Servidor de Dios. El Servidor es el que ha de dar la vida para instaurar el derecho y la justicia en el mundo entero (Is 53,4ss). De este modo insinúa Marcos la universalidad de la obra del Mesías, distanciándose por completo de la idea triunfal y exclusivista del reino mesiánico imperante en la cultura judía del tiempo (20).

La frase he puesto mi favor, que indica un momento pasado, se refiere también al compromiso hecho por Jesús en su bautismo y al don de Espíritu como muestra del pleno favor -divino. Los tres miembros de la locución son respuestas al compromiso de Jesús.

En síntesis: La voz del cielo dibuja la figura de Jesús reuniendo rasgos dispersos en el AT. El Mesías/Ungido por el Espíritu es el Rey establecido por Dios, el jefe del nuevo pueblo de Dios. El título de Hijo adquiere el sentido de «único/amado por Dios», cuya muerte por el bien del hombre expresa el amor de Dios por la humanidad. Recibe la misión del Servidor de Dios, liberar a los oprimidos, pobres y cautivos (Is 42,7), que coincide con la del Rey mesiánico (Sal 72), pero ampliándola para establecer el derecho en el mundo entero (Is 42,1-4; 49,1-13) y dando su vida para realizada (Is 50,4-9; 51,1-8; 52,13 - 53,12). Dios está con él, acepta su compromiso y le manifiesta su amor. Los dos últimos miembros de la frase excluyen toda idea de poder y dominio.

El bautismo de Jesús es el prototipo del «bautismo con Espíritu Santo» anunciado por Juan como obra propia del Mesías que llega. Se puede ahora compendiar el sentido del bautismo cristiano:

a) Condición para él es el amor a la humanidad, que encuentra su modelo en Jesús, y el deseo de una sociedad justa según su propuesta. No basta, pues, el propósito individual de cesar en la injusticia propio del bautismo de Juan, se requiere un compromiso libre de luchar contra ella para construir la sociedad nueva, de entregarse a colaborar en la obra comenzada por Jesús.

b) Como en el caso de Jesús, la respuesta a este compromiso es el don del Espíritu. Es difícil encontrar equivalencias a esta metáfora: se trata de que la sintonía del hombre con Dios, originada por el común amor a la humanidad, establece una comunión de vida entre Dios y el hombre, una comunicación de vida y fuerza divina, que realiza la semejanza. Se Inaugura una nueva relación del hombre con Dios: de sierva o súbdito pasa a ser «hijo», término que implica intimidad amor confianza e identidad de conducta entre Dios y el hombre.

Al mismo tiempo, el don del Espíritu sitúa en la línea de «el Hombre», Jesús; por una entrega como la suya cada uno avanza hacia la plenitud humana, que es la de «hijo de Dios».

El título «rey», anacrónico en nuestra época, significa la autonomía y la libertad desde donde el hombre se pone al servicio de la misión liberadora y constructora de la nueva sociedad. Esta misión no está restringida a un pueblo, se extiende a la humanidad entera.

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20 La idea de un Mesías doliente era ajena a la cultura judía contemporánea de Jesús; cf. Schürer, Historia II 705·707. 

viernes, 1 de marzo de 2013

III. JESÚS EL QUE LLEGA (Mc 1,9-13). RESPUESTA DIVINA: LA BAJADA DEL ESPÍRITU (v.10).


La descripción del bautismo de Jesús no termina en la inmersión, como había sucedido con el de la gente. Él mismo sale del río (mientras subía del agua) para recorrer el camino en el que es pionero y que los demás han de emprender tras él. Juan desaparece de la escena; su misión ha terminado.

Al salir Jesús del agua, una vez expresado su compromiso, se produce inmediatamente la respuesta celeste. La narración cambia de punto de vista. Hecha hasta ahora desde el exterior (llegó Jesús, fue bautizado por Juan), introduce en este punto un verbo de percepción: vio. La escena que sigue se contempla, por decirlo así, con los ojos de Jesús, como una experiencia personal suya.

Inmediatamente después de su decisión, Jesús ve rasgarse el cielo. «Rasgarse» (no «abrirse», como en Mt y Lc) incluye un sema de violencia; el compromiso de Jesús rompe la frontera entre Dios y el hombre.
Con esta imagen señala Mc el valor supremo de ese compromiso y, al mismo tiempo, cómo Dios «no puede contenerse» al encontrar en Jesús un amor a la humanidad como el suyo. La violencia denotada por «rasgarse» coincide con la urgencia de la comunicación divina expresada por el adverbio «inmediatamente», que comienza la frase.

La metáfora «rasgarse» apunta a la irreversibilidad: lo rasgado aparece como irremisiblemente abierto. La plena comunicación de Dios con el hombre no cesará; comienza con Jesús, pero, a través de él, se ofrecerá a todo hombre.

La respuesta divina al compromiso de Jesús se describe como la bajada del Espíritu. La trayectoria descendente del Espíritu va al encuentro de la ascendente de Jesús (mientras subía del agua) hasta que ambas se unen (bajar hasta él). Desde ahora, la trayectoria de Jesús y la del Espíritu serán una y la misma.
El artículo que precede al Espíritu lo identifica con el mencionado en 1,8, pero denotando además totalidad: la comunicación de Dios a Jesús es plena. Es de notar que ninguna de las dos veces que pone Marcos al Espíritu en relación con Jesús (1,10.12) lo califica de «Santo». Puede ponerse en paralelo esta omisión con el hecho de que Jesús no «confiesa sus pecados». En 1,8 el calificativo Santo significaba «el que consagra a Dios.» dando la fidelidad a él; su omisión en relación con Jesús, el que no tiene pecado, señala que éste siempre ha sido fiel a Dios y ha gozado siempre de su favor.

La bajada del Espíritu se describe en forma de experiencia, continuando la de «ver rasgarse del cielo». Jesús «ve» que el Espíritu, realidad celeste, baja y penetra en él. Como se ha dicho antes, «espíritu» es un término metafórico que significa «viento/aliento»; referido a Dios, denota la vida (aliento) y la fuerza (viento) de Dios. Se describe aquí, por tanto, la plena comunicación de la vida y fuerza divinas a Jesús. Su compromiso sin reservas lo ha llevado a la condición de Hombre-Dios. La indicación de Marcos vio ... al Espíritu bajar hasta él subraya que Jesús es consciente de su condición.

El Espíritu baja como paloma (18). El apego de la paloma a su nido era proverbial y se usaba en comparaciones (19). Según esta imagen, el Espíritu baja hasta Jesús como a su lugar deseado. El que se entrega por amor a los hombres, es el lugar natural del Espíritu de Dios.

Sin embargo, la aparición del Espíritu como paloma tiene también otro significado. Aunque no existen simbolismos bíblicos de la paloma aplicables a esta escena, una antigua exégesis rabínica (Ben Zoma, ca. 90 d.C.) comparaba el cernirse del Espíritu de Dios sobre las aguas primordiales (Gn 1,2) al revolotear de una paloma sobre su nidada. Esta interpretación, consignada por escrito lo más tarde hacia el año 90, era sin duda ya común en la época de los evangelistas. Conforme a ella, el que baja es el Espíritu creador, que termina en Jesús la creación del hombre.

Así, esta escena funda la denominación «el Hijo del hombre/el Hombre», que el evangelista aplicará a Jesús (2,18.28; 8,31, etc.). Jesús queda constituido como «el Hombre»; alcanza, por su compromiso, la plenitud de la condición humana, que incluye la condición divina. «El Hombre» es, por tanto, el Hombre-Dios, el portador del Espíritu.

La bajada del Espíritu sobre Jesús remite a varios textos proféticos, que interpretan la misión para la que lo habilita el Espíritu. Is 11,9 se expresa así refiriéndose al futuro rey mesiánico: «Pero retoñará el tocón de Jesé, y de su cepa brotará un vástago, sobre el cual se posará el Espíritu del Señor: espíritu de sensatez e inteligencia, espíritu de valor y prudencia, espíritu de conocimiento y respeto al Señor». Son cualidades que atañen al gobierno; según el profeta, ellas le permitirán hacer justicia verdadera a pobres y desamparados, condenando al violento y al malvado; el resultado será una paz idílica (Is 11,5).

El texto de Is 42,1-4 (cf. Mt 12,18-21) presenta al Servidor de Dios, portador de su Espíritu, como el que ha de anunciar y hacer triunfar el derecho, no solamente en Israel, sino en la humanidad entera. Pero no será demagogo ni violento (“no altercará, no voceará por las calles”), sino respetuoso con la libertad y paciente (“la caña cascada no la quebrará, el pabilo humeante no lo apagará»).

Is 61,1 (cf. Lc 4,18s) identifica al Espíritu con la unción. La misión histórica del Ungido se realiza en favor de los pobres, cautivos y oprimidos: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los que sufren, a vendar los corazones desgarrados, a proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad».

Particularmente importante es el texto de Miq 3,8 (LXX): « Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza por el Espíritu del Señor, de justicia y valentía para anunciar sus culpas a Jacob, sus pecados a Israel».

El Espíritu es, pues, la unción de Jesús hecha por Dios mismo, la investidura de Mesías (= Ungido) que lo capacita para su misión. Los textos proféticos, a los que claramente se alude, confirman que la enmienda pedida por Juan se refería a la injusticia y a la opresión, y que el bautismo de Jesús significaba su compromiso de luchar contra ellas. Dios aprueba plenamente este compromiso y responde a él ungiendo a Jesús con el Espíritu, la fuerza divina, que lo capacita para llevarlo a cabo.

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18 El adjunto como paloma califica al verbo bajar. Mc 1,10 par. es la única vez en el NT donde el Espíritu aparece asociado a un ser vivo; esto confirma que la comparación con la paloma se refiere más a su movimiento que a su figura.
19 Véase Tosato, Il battesimo di Gestù e alcuni passi trascurati dello Pseudo Filone. Bib 56 (1975) 405-409. 

III. JESÚS, EL QUE LLEGA. (Mc 1,9-13). EL COMPROMISO DE JESÚS. (v.9).


La llegada de Jesús se relata con toda sencillez, como la de un hombre hasta entonces desconocido en su sociedad (ucierto Jesús), pero que va a ser el protagonista del relato de Marcos (1,1). Su nombre, que significa «Dios salva», es en hebreo y en griego el mismo que el de Josué, el que introdujo a los israelitas en la tierra prometida. El texto de Mc 1,2 (Mira, envío mi mensajero delante de ti; él preparará tu camino), actualizado por la presencia histórica de Juan Bautista, muestra que Jesús llega al Jordán consciente de su misión, que se formula en términos de éxodo (1,2: tu camino). El está llamado, por tanto, a liberar a un pueblo de la opresión para conducirlo a una nueva tierra prometida.

En contraste con su precursor, figura enigmática de cuya procedencia nada se ha explicado, de Jesús se dice que llega de un pueblo de la región del norte: llegó ... desde Nazaret de Galilea.

Galilea, separada de Judea y de su capital Jerusalén por la Samaría judío-pagana, era la región religiosamente menos observante, socialmente más oprimida y políticamente más inquieta. Fue la cuna y el reducto del movimiento zelota, fuertemente nacionalista y antirromano. Sus habitantes tenían fama de vigorosos, valientes y amantes de la libertad 17. En particular, la región montañosa donde se encontraba Nazaret era considerada como un foco de exaltados (cf. Jn 1,46).

Jesús llega al Jordán para bautizarse; hay, pues, una estrecha relación entre su bautismo y el de los demás, pero existe al mismo tiempo una diferencia esencial: Jesús no confiesa sus pecados (cf. 1,5). Su bautismo adquiere así un significado distinto de los anteriores.

La gente, al bautizarse, manifestaba abiertamente su ruptura con la injusticia en la esfera personal (= los pecados) y se comprometía a ponerle fin (= enmienda). Esto significaba, en primer lugar, una autocrítica, es decir, una toma de conciencia de la propia responsabilidad respecto a la situación injusta, manifestando al mismo tiempo el propósito de acabar con tal situación en cuanto dependiera de cada uno. La confesión de la propia complicidad con el mal, y el bautismo, que simbolizaba la ruptura definitiva con él, manifestaban públicamente el deseo de una sociedad justa.

Jesús acude al pregón de Juan, mostrando su acuerdo con él. Con ello se coloca, como Juan, en oposición a la sociedad judía. Yendo a bautizarse, refrenda la actuación del precursor, que ha despertado la conciencia de la masa, y confirma la necesidad de ruptura con la injusticia dominante. De este modo hace suya la aspiración general por una sociedad justa, pero él no se declara cómplice de la injusticia.

El bautismo de Juan era símbolo de muerte a un pasado.

No siendo así en el caso de Jesús, su bautismo ha de referirse al futuro. De hecho, en el evangelio la muerte de Jesús es llamada «bautismo» (10,38s).

El bautismo de Jesús en el Jordán significa, por tanto, su disposición a la entrega total, el compromiso de cumplir su misión aun a costa de su vida. Es la expresión de su amor incondicional a la humanidad. Se compromete a liberar a los hombres de la opresión (éxodo), para constituir una sociedad libre y justa (la tierra prometida).

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 17 Véase E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, Madrid, Cristiandad, 1985, 443 (la traduc. «pacífico» corresponde al inglés «freedom loving»). Véanse las descripciones de Galilea en Fl. Josefa, Bell. lud. III 3,2-3; 10,8. 

III. JESÚS, EL QUE LLEGA (Mc 1,9-13).


Tercero y último cuadro de la sección:

9 Sucedió que en aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y Juan lo bautizó en el Jordán. 
10. Inmediatamente, mientras salía del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar como paloma hasta él. 11 Hubo una voz del cielo:
-Tú eres mi Hijo, el amado, en ti he puesto mi favor.
12 Inmediatamente el Espíritu lo empujó al desierto. 13 Estuvo en el desierto cuarenta días, tentado por Satanás; estaba entre las fieras y los ángeles le prestaban servicio.          

Entra en escena Jesús, que, desde este momento será el personaje central del evangelio. Al contrario del caso de Juan, la calidad de su persona no se describe mediante textos del AT, sino como efecto de una intervención divina. No se menciona por el momento actividad alguna de Jesús, sino su posición respecto a Diosa los hombres y a la sociedad.

Mientras la figura de Juan aparecía desde el principio estática (1,4-5, no se indican desplazamientos), la de Jesús es primero dinámica; los sucesos que se relatan trazan un itinerario que avanza de Nazaret al desierto, pasando por el Jordán; desde Nazaret al Jordán, por iniciativa de Jesús; desde el  Jordán al desierto, por impulso del Espíritu, después de la intervención divina.